Hace ya muchos años,
en tiempos inmemoriales,
hice una criatura
a mi imagen y semejanza.
Con algo de barro
y un poco de excremento
la moldeé y le puse nombre.
Después la odié y la castigué
con una excusa pueril
hasta que, un día, consciente de mi
soberbia -mas sin decírselo a ella,
me arrepentí y decidí "amarla".
Pacté con ella una segunda oportunidad
pero pronto me di cuenta
de que ese "amor" que yo le daba
estaba viciado por la culpa.
Han pasado los siglos
y la culpa no se va.
Aunque a menudo me desentienda
de la criatura,
ella sigue ahí,
a pesar de mis desplantes,
apegada y fiel a mí
siempre frágil y en deuda eterna
conmigo
por el hecho de haberla creado
y de haberle dado
un amor tan raro,
tan indescriptible,
y casi siempre tan indescifrable
como el mío.
Por fortuna,
y para bien de mi existencia,
ese amor que yo le doy
es el que al parecer prefiere
(en lugar de quedarse sola)
la criatura hasta el sol de hoy.
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