El liderazgo no es solo saber orientar a la gente hacia un lado u otro; es saber tender puentes entre personas que piensan y actúan diferente. Los liderazgos de esta última clase son importantes porque permiten construir algo realmente sólido y significativo a lo que podamos llamar un “proyecto de país” o de sociedad. Son liderazgos que permiten en un momento dado salvar un grupo, una empresa o un país de caer en la quiebra o en el abismo. Hoy Colombia es una piedra al borde del abismo. Los liderazgos que hay no son capaces o no tienen la voluntad de tender los puentes que se precisan. Y eso es frustrante y doloroso.
Los grandes líderes y liderazgos del mundo, o al menos los más recordados, se han caracterizado por eso: su capacidad de tender puentes entre sectores diferentes. Me viene a la mente el caso de Nelson Mandela, una persona cuyo carisma, visión política y liderazgo pocos pondrían hoy en duda. ¿Por qué? Porque Mandela fue un tipo que en lo fundamental supo tender un puente –tal vez no exento de muchas fallas y dificultades–entre dos sectores que en ese momento se odiaban: los negros y los blancos. Fue a partir de ese momento (o quizás un poco antes) que Suráfrica empezó un proceso que, aun con los problemas inherentes a este tipo de procesos, era entonces necesario para empezar a curar heridas y recorrer un camino de verdadera reconciliación. Había que jugarse esa carta y Mandela se la jugó, aun cuando él mismo había sido víctima del aparato opresor y segregacionista del apartheid organizado por sectores de los blancos. Después de veintiocho años (o el tiempo que hubiera sido), Mandela hubiera podido salir de la cárcel y promover un discurso del tipo: “ahora van a ver, los negros vamos a llegar al poder y nos vamos a cobrar revancha”. Pero no. Decidió tender la mano, y tendiendo la mano tendió en realidad un inmenso puente. Un puente que –insisto– era necesario y por el cual hoy Suráfrica y el mundo le agradecen. Pues bien: en Colombia hoy estamos en un escenario que, aunque diferente en muchos sentidos, es también muy parecido: o nos vamos a la guerra (es decir, retornamos a ella) o nos reconciliamos.
La actual coyuntura, que no es otra cosa que la suma de los desatinos de nuestros dirigentes con los de todos nosotros como sociedad, nos han puesto de nuevo y desafortunadamente ante esa peligrosa disyuntiva. Hoy Colombia es una piedra suspendida al borde de un abismo. Pero todos somos potenciales Mandela. Todos los días nos levantamos, conversamos, buscamos alguien con quien hablar, creamos redes, tendemos puentes. La experiencia es más que placentera. Es sobre todo gratificante. De nosotros depende que esa piedra que es Colombia ruede con un pedazo de nosotros por ese abismo o que podamos tender un puente para pasarla al otro lado. Lo primero es relativamente fácil. Lo segundo requiere más trabajo.
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