El hombre pedaleaba solo por el camino en su bicicleta semidestartalada. A lo lejos vio una moto que se aproximaba. La moto pasó a su lado con dos hombres que transportaba. Dejaba tras de sí una estela de polvo. Si yo tuviera una, pensó Genaro (que así se llamaba el hombre), qué fácil sería mi vida. Cansado y sudoroso, Genaro llegó a su casa, donde Ifigenia, su esposa, lo esperaba. Su saludo, notó Genaro, había sido más cariñoso que de costumbre. Sospechó que algo ocultaba. La mujer estaba nerviosa. Anda, suelta, le dijo Genaro al verla en ese estado. Unos hombres vinieron hace un momento, le dijo ella. Dejaron esta nota. Genaro tomó el papel. “Ya está lista la piyama de palo”, se leía. “La mandamos a construir para que la estrenes esta noche”. Los dos se miraron y se abrazaron. La mujer dejó escapar un sollozo. Genaro volteó la mirada. A lo lejos se oía de nuevo el sonido de una moto.
D. Arias
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