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  • Foto del escritorD. Arias

Cumplir cuarenta en la cuarentena

Actualizado: 1 abr

El 2020 fue el año de las cuarentenas. A la habitual cuaresma (que es otra forma de cuarentena) que todos los años, en los países católicos, antecede a la semana santa, se sumaron las cuarentenas impuestas a lo largo y ancho del mundo por la pandemia del covid-19. Cuarentenas de catorce días, cuarentenas de un mes, cuarentenas de varios días menos de cuarenta. Los hechos coinciden con la llegada o acercamiento a los cuarenta años de quienes nacimos en la década de 1980. Unos cuarenta que siempre están asociados a alguna crisis (y no hablo aquí de la "crisis" del neoliberalismo, ya también cuarentón, que con cada crisis parece salir más fortalecido) y que, según lo afirman quienes la han padecido, es de las más difíciles.


Cuando éramos niños o adolescentes veíamos a las personas de cuarenta como gente mayor a la que se le trataba con reverencia. Me imagino que esa actitud se debía a que a los cuarenta años la gente suele encarar con mayor o menor madurez esa recta intermedia de la vida que precede al periodo llamado vejez. Hoy que he llegado a mis cuarenta, veo a la vejez como a una vieja maliciosa que, sentada en la esquina, me espera pacientemente tomándose una cerveza, mientras voy preguntándome por el camino en qué momento pasó este tiempo que ya no es mío y de qué manera pasará el que está por venir.


Un amigo del colegio que celebró hace poco su cumpleaños cuarenta y pico decía en broma que él no era ningún viejito (yo se lo había dicho también en broma) y que, por el contrario, estaba en plena flor de la vida. A mis cuarenta, esa idea de que los cuarentones somos “mayores”, “veteranos”, o como quiera que se nos llame a los nacidos en los ochenta y alrededores, se vuelve relativa porque cambia la perspectiva desde la que se mira. Si antes a las personas de cuarenta años yo las veía con respeto, hoy las observo como las mismas personas con las que alguna vez estudié, crecí y jugué en mis años de infancia. Creo que parte de esa percepción se debe también a que hoy las personas envejecemos de otra manera, y esto se debe a su vez a que las personas también vivimos de otra manera. No somos jóvenes, pero tampoco viejos.


En mis momentos de ocio (que por fortuna aún son frecuentes) a veces me pregunto: ¿cuántas personas en el mundo entramos en la cuarentena en medio de ese año de cuarentenas que fue el 2020? ¿Cuarenta? ¿Cuarenta mil? ¿Cuarenta millones? Hoy deberíamos alzar la mano. Después de todo, somos la punta de lanza de una inestable generación (tan sufrida como privilegiada) que poco a poco va tomando el relevo en la dirección del mundo: la generación de los 80 (llamada también de otras maneras algo cosméticas). Se trata, para quienes no lo saben o no han caído en la cuenta, de la generación hija del neoliberalismo y de sus consecuencias buenas y malas. Una generación que hoy celebra con este, o quizás a pesar de este, sus primeros cuarenta años. ¿Quién iba a decir, después de todo, que tanto nosotros como el neoliberalismo llegaríamos juntos a los cuarenta, en una especie de convivencia amarga pero inevitable, y en medio de un largo encierro originado por una pandemia? Las ironías de la vida. En cualquier caso, solo resta decir: ¡salud! (en sentido literal y figurado)... ¡Y a ver quién llega más lejos!



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